domingo, 13 de agosto de 2017

Posmodernidad - Gabriel Alen, Ezequiel Belo

Posmodernidad.



“Vivimos tiempos raros”, “Todo es muy diferente”, “Antes las cosas no eran así, había otros valores”, “EL MUNDO ESTÁ LOCO”…
 Bah, ¿Podemos decir que vivimos tiempos raros? Si miramos hacia atrás en el  tiempo, puede ser que sí, un poco. Estamos en una época muy distinta a la que vivieron nuestros abuelos, y algo diferente a la que vivieron nuestros padres, quienes nos repiten estas frases casi incansablemente. Pero, ¿Qué nos dicen estas frases que dan vueltas por todos lados?
Claramente, nos demuestran que estamos en medio de una transición de época muy importante, y que a su vez, se está  produciendo de una forma tan rápida, que es difícil de asimilarla, incluso a veces hasta para los más jóvenes. Podemos aceptarla, o rechazarla, entenderla o no, pero lo cierto es que estamos en ella, la vivimos y somos parte de esta sociedad posmoderna.
Esta transición de la que hablamos, está marcada por cambios de los distintos paradigmas establecidos y heredados de la modernidad, que son cuestionados, observados críticamente y pueden llegar a cambiarse y modificarse, o a ser rotundamente negados y desechados. Algunos de los paradigmas que se encuentran en crisis son, por ejemplo:
-El sentido y significado de la verdad;
-la validez de las instituciones;
-la idea que el hombre tiene sobre el tiempo;
-la visión del hombre en sí;
-la idea de trascendencia del hombre.
Por supuesto que no podemos ver a cada uno de estos cambios como fenómenos aislados, sino como un solo hecho, en el que se interrelacionan estos paradigmas y se influencian entre sí. Y que a su vez, cada cambio que se produce con respecto a estas cuestiones, generan determinadas formas de actuar como sociedad y permiten diversos desarrollos de conductas sociales, valores nuevos, etc.
Cambios de Paradigmas.
Tenemos que decir que el cambio posmoderno no es algo que apareció de la nada, ahora en nuestro siglo XXI. Sino que surge principalmente por los distintos avances de las diversas ciencias del siglo pasado, y de la filosofía de finales del siglo XVIII en adelante (Principalmente de la mano de Friedrich Nietzsche). Dichos avances pusieron en cuestión el pensamiento sobre el hombre y su lugar en el mundo. El primero en cuestionar el pensamiento que predominaba al hombre moderno fue Nietzsche, que, siguiendo la línea de los humanistas del renacimiento, posiciona al hombre en un primer lugar en el mundo. Su frase más conocida es “Dios ha muerto, nosotros lo hemos matado”, en referencia al lugar principal que tenía Dios y la religión en la sociedad moderna. Cuando dice que Dios ha muerto, no se refiere literalmente a la muerte del Dios cristiano, sino que lo enuncia desde la mirada en que el hombre, quien antes estaba sumiso a la voluntad del Señor y guiado por la iglesia como dueños de la verdad absoluta, ahora se revela contra esto y se hace dueño de su propia voluntad, de su propia verdad y se hace consciente de su propio poder. Esta idea de la no existencia de Dios, pone en tela de juicio la idea de la trascendencia del hombre. Al no existir un dios al cual servir, ni una vida eterna para la cual trabajar, no tiene sentido preocuparnos en el más allá, el cielo o el infierno, lo único real es el ahora. Por eso Nietzsche habla de que el hombre tiene que dejar liberar sus pasiones positivas que durante mucho tiempo habían sido suprimidas por la religión. Pasiones como el orgullo, la salud, la alegría, el sexo, la enemistad, y la guerra, entre otras. Estas llevarían al hombre a comprender su idea de poder, la voluntad del poder, y el poder en sí.
Junto con las ideas de Nietzsche, podemos mirar a otras ramas del conocimiento que también trajeron crisis a ideas establecidas de siglos. Una de ellas es el tiempo. Y si bien desde varias disciplinas como la psicología, filosofía e historia se había abordado y ampliado la concepción de tiempo, una de las más importantes fue desde la física, con la teoría de la relatividad de Einstein. Tiempo y espacio serian relativos con respecto a otras magnitudes, como la masa y la aceleración. Esto puso en crisis la concepción del mundo tal y como se había conocido, y lo que era una certeza, ya no lo era. La psicología (implícita en las teorías de Freud) aporta la idea de un tiempo existencial (el tiempo vivido) que no era una verdad absoluta, sino que era algo totalmente subjetivo. Y el historiador Fernand Braudel incorpora a la historia la idea de la multiplicidad de lo temporal eliminando la concepción lineal del tiempo.
Por último, podemos decir que las teorías de Freud con respecto al subconsciente, contrastan con la visión del hombre racional de la modernidad. La mente se entiende como algo totalmente complejo de entender, y queda relegada a un segundo lugar, como forma de explicar los comportamientos humanos.  La racionalidad solo es “un barco zarandeado por las olas y las corrientes del inconsciente” (Freud).
Estas crisis presentadas nos llevan a un mundo que vive en un eterno presente, un “hoy”, sin pasado ni futuro. Solo importan el aquí y el ahora, donde la voluntad propia prima sobre el bienestar colectivo. Hay un egoísmo generalizado implantado en cada persona, que busca su propio bien. Cuando hablamos de posmodernidad hablamos de un mundo en un eterno presente, que ha clausurado al pasado y que por eso mimos no puede proyectarse al futuro; El hombre carece del sentido de deseo piensa en disfrutar el hoy, el ya el instante más que en hacer un esfuerzo o sacrificarse para su futuro.
Esto fue bien aprovechado por el sistema capitalista y creciendo juntamente con este en el mundo. Creando una cultura del consumo, en el que la principal función del  dinero es para satisfacer los deseos momentáneos e impulsivos de las personas. Si bien este fenómeno consumista comenzó en países meramente capitalistas como EEUU, Reino Unido, entre otros, con la caída del muro de Berlín, esto exploto en el mundo entero y se expandió. La globalización conectó el mundo entero. El internet, la información inmediata y la comunicación hicieron desaparecer las últimas fronteras que nos alejaban, dejándonos a la simple cercanía de un clic o una llamada. Esta inmediatez también forma un hombre impaciente, que quiere todo ahora y no puede esperar. Todo se busca hacer más rápido y con el menor esfuerzo posible.
La eterna juventud se levanta como un estandarte y un modelo a seguir por jóvenes, adultos e incluso ancianos.
En esta eterna adolescencia, se exaltan ciertos rasgos de inmadurez, pero a su vez, exige de un éxito económico y laboral obtenido cuando el hombre se encuentra en una estabilidad personal que solo se consigue con la madurez, además de los contenidos y herramientas que son necesarias para la acción laboral.
Juntamente con estas cuestiones, se suma el avance de las distintas tecnologías, que se convirtieron casi en elementos fundamentales de la vida de las personas. Tanto adultos como jóvenes. Los jóvenes (y no tan jóvenes) de hoy pasan miles de horas frente a aparatos tecnológicos conectados con todo el mundo, pero no se dan cuenta que no están conectados con ninguno de su entorno más cercano; generando así una era del vacío; no se comunican con nadie solo con su aparato. Acrecentando más esa tendencia de aislar al hombre, y de dotarlo de un pensamiento ligero, desprovisto de toda mirada crítica sobre la realidad.
Esta carencia de pensamiento crítico y reflexivo, parece “tener como propósito” formar personas no pensantes o de pensamiento frágil, sin responsabilidades, sin proyectos ni mucho menos de generar un esfuerzo alguno.
Ante todo esto que venimos planteando, que demostrado es toda una crisis en nuestra sociedad actual, nos queda una pregunta que hacernos. ¿Cómo afrontamos esta realidad? Podemos decir y repetir que “vivimos tiempos raros” o que “el mundo está loco”, y aceptar que no se puede hacer nada; o plantearlo como un desafío para cada uno de nosotros, de intentar no repetir la “secuencia de vida” posmoderna, ampliando nuestros conocimientos, manteniendo nuestra mirada crítica sobre la realidad que nos rodea, intentando analizar y comprender el mundo a nuestro alrededor.